EL ASESINATO DE ORLANDO LETELIER (Capítulo 1)

El crimen de Letelier ocurrido en Washington el 21 de setiembre de 1976 es una historia que merece ser contada una y otra vez.

Ante todo como homenaje a este singular protagonista del gobierno de la Unidad Popular que presidió Salvador Allende; a partir del golpe del 11 de setiembre de 1973, luego torturado y preso político de la dictadura, finalmente militante del exilio chileno.

La prueba reunida en el juicio nos permite demostrar que el gobierno de Estados Unidos, a través de la CIA y de otros ámbitos de inteligencia, fueron parte activa del asesinato como parte de la Operación Cóndor.

Aunque a muchos lectores les pueda parecer obvio, es una conclusión opuesta a la tesis de destacados escritores como John Dinges y Peter Kornbluh (ambos analistas de documentos desclasificados de la National Security Archive, NSA), así como a los juicios realizados tanto en Chile como en EEUU, también al gobierno de EEUU -administración Obama- e inclusive a la ex presidenta chilena Mihelle Bachelet.

Todos ellos circunscriben la ejecución a la DINA chilena y la responsabilidad política a Pinochet. Sin duda estos fueron protagonistas, pero omiten señalar otros esenciales.

Comenzamos recordando que Orlando Letelier, integrante del partido socialista chileno, se hallaba en setiembre de 1976 exiliado en la capital de EEUU, donde desarrollaba una intensa actividad política militante en el ámbito parlamentario de ese país, en particular entre los congresistas que en aquellos años se interesaban por los Derechos Humanos en América Latina e investigaron y condenaron la actuación de la inteligencia en el golpe de Chile.

Era una persona conocida en esos círculos porque antes de ser ministro de relaciones exteriores de Allende, había sido embajador chileno en Washington.

Era apreciado por sus valores personales, y por la pasión e inteligencia que ponía en defensa de la causa del pueblo chileno oprimido. 

Para un dictador como Pinochet, que ni siquiera toleraba los pedidos de moderación de sus socios norteamericanos -quienes en ocasiones querían protegerlo de las críticas cubriendo las apariencias- la noble actividad de Letelier era considerada peligrosamente subversiva.

Eran tiempos de Kissinger como Secretario de Estado y en Washington eran minoría los que simpatizaban con el ex diplomático devenido activista de DDHH y la democracia.

Obviamente el oficialismo republicano se sentía indirectamente atacado por quien afectaba a la dictadura chilena a la que el gobierno estadounidense apoyaba ya abiertamente. De manera que la tenaz labor de Letelier también los dejaba en evidencia por su complicidad con la destrucción de la democracia y los DDHH en Chile.

El 21 de setiembre de 1976 Letelier conducía su automóvil en el barrio de las embajadas de Washington cuando estalló una bomba colocada debajo del vehículo.

Como resultado de la explosión Letelier falleció inmediatamente, y segundos después también murió su colaboradora estadounidense Ronnie Karpen. Michael Moffit, el esposo de ésta, que también viajaba en el auto, salvó milagrosamente su vida.

Exactamente el mismo formato técnico con el que dos años antes fue volado en Buenos Aires el auto del Gral. Prats (ver nuestro artículo sobre el tema en este blog).


Qué dijo la Embajada

La explosión se produjo a primera hora del día y esa misma tarde el embajador de EEUU en Chile, David Popper, envió a su Departamento de Estado un informe titulado “Asesinato de Orlando Letelier”, oportunamente desclasificado. 

En seis puntos despliega un muestrario de cinismo “diplomático” al que estamos acostumbrados como lectores de noticias periodísticas de esa procedencia, solo que en este caso se trata de la fuente original. 

El embajador comienza en su punto 1 refiriéndose a “los detalles que se filtran desde Washington”, y pone como ejemplo la afirmación del senador norteamericano Abourezk, quien inmediatamente denunció la responsabilidad de la “Tiranía chilena”. 

Agrega el embajador “a las 15 horas local el Gobierno de Chile ha mantenido público silencio”.

En el punto 2 hace una reveladora propuesta destinada a amortiguar los efectos políticos negativos sobre sus amigos de la dictadura chilena, y por extensión sobre su propia persona y gobierno:

“El Departamento está en mejores condiciones que nosotros para estimar la extensión del efecto adverso de este atropello sobre la situación de la Junta en EEUU. Queremos suponer que el Gobierno de Chile se apresurará a negar toda responsabilidad”.

La suposición denota una combinación de conjetura con temor de que la negativa no ocurra.

En consecuencia se adelanta a proponer:

“Bien podría sugerir que el asunto es una provocación izquierdista diseñada para dañar al Gobierno de Chile.”.

Es un claro ejemplo del tradicional estilo de los funcionarios norteamericanos (aunque no exclusivamente) de inventar culpables de sus propios crímenes, obviamente sin ninguna pretensión de probarlo seriamente. En la época la versión logró cierta trascendencia periodística.

En su punto 3 el embajador se refiere a los casos precedentes en que otros opositores a la Junta fueron, “misteriosamente” atacados.

Se refiere expresamente al Gral. Prats en Buenos Aires en 1974 y al dirigente democristiano Bernardo Leighton en Roma en 1975, destacando que en los dos casos las investigaciones sobre sus autores fueron infructuosas.

Pretende aprovechar las características misteriosa e impune de ambos crímenes para ensayar la ridícula y cínica viabilidad de achacar a una provocación izquierdista el doble asesinato ocurrido esa mañana en Washington.

Reconoce en su punto 4 que la primera sospecha del asesinato a Letelier recaerá sobre la DINA. Adelantamos que ese organismo represivo chileno respondía a Pinochet. 

Reflexiona que “silenciar a Letelier (textual en estilo mafioso del documento en su punto 5) tenderá a inhibir a otros exiliados a hablar, escribir o complotar contra la Junta.”.

Es decir que destaca explícitamente el efecto político de ese acto típicamente de terrorismo de estado, que valoriza como tal, explicitando los efectos aterrorizantes o para disuadir a los opositores a la dictadura chilena.

Luego sostiene que “nunca tuvieron indicio de que la DINA estuviera de alguna manera operando en territorio norteamericano, se nos hace difícil creer que sus fanáticos líderes se expondrían personalmente a ser implicados en un acto terrorista en Washington”.

Más adelante podremos demostrar la falsedad de esa supuesta creencia del embajador.

En el siguiente punto 6 del informe, el Embajador Popper opina que otra posibilidad es que la DINA haya “estimulado la acción para ser realizada por algún grupo derechista localizado fuera de Chile”. Veremos que esa hipótesis fue parte de la verdad y que el embajador ya lo sabía.

Luego Popper advierte que mediante la cooperación con las autoridades de seguridad de los países del Cono Sur se puede evitar eliminar enemigos fuera de esta zona.

En concreto propone a sus fuerzas de inteligencia estar alertas para que la Operación Cóndor no cometa “actos de terrorismo fuera de la región”. Dentro de la región, se entiende que lo considera normal y permitido.


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